un diálogo inesperado entre Mapplethorpe y Rodin
Robert Mapplethorpe afirmó que la cámara era la mejor herramienta para esculpir; Auguste Rodin buscó que el bronce respirara con la inmediatez de una instantánea. Una exploración profunda de los cruces técnicos y estéticos entre dos visionarios que, desde la distancia del lente o la intimidad de la arcilla, transformaron radicalmente la representación del deseo
Por Adrián Escandar
En la vasta historia del arte, a veces surgen conversaciones silenciosas entre creadores que, en apariencia, habitan mundos opuestos. Robert Mapplethorpe y Auguste Rodin, separados por un siglo y un océano, representan una de esas confrontaciones arbitrarias que, al observarse con detenimiento, se transforman en un diálogo audaz. Mientras el fotógrafo neoyorquino esculpía cuerpos a través de su lente con una búsqueda obsesiva de la forma perfecta, el maestro francés intentaba capturar el movimiento en la materia, conservando las huellas del azar. Sin embargo, ambos penetraron el misterio de la realidad con la misma mirada aguda, entregándose al arte sin reservas.
Es fascinante notar que Mapplethorpe, célebre por sus fotografías, sentía una vocación frustrada hacia el volumen. Él mismo afirmaba que, de haber nacido en otra época, habría sido escultor. Esta visión no era meramente retórica; su tratamiento de los cuerpos negros como "bronces vivientes" y su investigación sobre la plasticidad bajo la luz confirman que su cámara era un cincel. Como él mismo sentenció en una ocasión:
«La fotografía es, sencillamente, la mejor manera de hacer escultura». — Robert Mapplethorpe
Rodin, por su parte, aunque inmerso en la arcilla y el bronce, impulsó un discurso fotográfico alrededor de su obra, entendiendo que la imagen técnica era una extensión de su lenguaje. Existe un léxico compartido entre ambos: negativo y molde, encuadre y fragmento, la hoja de contacto del fotógrafo y el estudio de yeso del escultor.
Sin embargo, donde sus caminos divergen radicalmente es en la relación con la vida y el modelo. Para Mapplethorpe, la cámara creaba una distancia reflexiva, casi gélida. Sus sesiones no eran espontáneas; eran construcciones donde el sujeto, ya fuera en un retrato o en una escena sadomasoquista, se convertía en objeto de arte, dominado por el artista. La emoción quedaba neutralizada en favor de una composición perfecta. Sus imágenes son fotogramas congelados, ejemplares raros sujetos al fondo de una vitrina, donde lo accidental no tiene cabida.
En contraste, el estudio de Rodin era un escenario de libertad. Él pedía a sus modelos que deambularan, buscando capturar la actitud fugaz, esa "verdad interior" que se revela en el movimiento. Mientras Mapplethorpe buscaba la quietud geométrica, Rodin entendía que la belleza residía en el carácter y la imperfección. El escultor rechazaba las poses académicas estáticas porque, para él, el tiempo no se detiene. En sus propias palabras, explicaba su obsesión por capturar el paso de un gesto a otro:
«La transición es acción, es vida». — Auguste Rodin
Ambos artistas, no obstante, compartieron una raíz común en su formación espiritual y estética. La educación católica dejó una marca indeleble en los dos, transitando desde el rigor hacia la transgresión. Mapplethorpe organizaba sus composiciones con la simetría de un servicio religioso, incluso al escenificar la provocación. Rodin, quien llegó a ingresar en un convento tras la muerte de su hermana, canalizó esa espiritualidad hacia obras como Las Puertas del Infierno. Asimismo, la referencia al antiguo fue un pilar: Mapplethorpe miraba a los pictorialistas y a Nadar, mientras Rodin viajaba a Italia para desentrañar los secretos de Miguel Ángel.
La gestión de la posteridad es quizás el último gran punto de encuentro. Ambos artistas, conscientes de su legado y ansiando el reconocimiento, se aseguraron de que nada se perdiera. Mapplethorpe, enfrentando su diagnóstico de VIH, planificó meticulosamente su fundación para proteger su obra y apoyar la investigación médica. Rodin, años antes, donó toda su obra al Estado francés a cambio de la creación de su museo.
Al final, nos quedan dos visiones del cuerpo humano: la forma pura, sintética y perfeccionista de Mapplethorpe, donde la luz dramatiza la lucha entre el bien y el mal; y la forma vibrante y modelada de Rodin, donde la luz acaricia la superficie para revelar el alma. Uno detuvo el tiempo para alcanzar la perfección; el otro lo abrazó para capturar la vida.
Robert Mapplethorpe (1946-1989), Michael Reed, 1987, MAP 1728 © 2014 Robert Mapplethorpe Foundation, Inc. Todos los derechos reservados — Auguste Rodin (1840-1917), El hombre que camina, hacia 1899, bronce, 85 x 59,8 x 26,5 cm, París, Museo Rodin, S. 495 © París, Museo Rodin, foto: C. Baraja
Robert Mapplethorpe (1946-1989), Patti Smith, 1979, MAP 229 © 2014 Robert Mapplethorpe Foundation, Inc. Todos los derechos reservados — Auguste Rodin (1840-1917), Los burgueses de Calais: Jean de Fiennes, variante del personaje del segundo boceto, con el torso desnudo, hacia 1885, yeso, 72 x 50,5 x 45 cm, París, Museo Rodin, S. 432 © París, Museo Rodin, foto: C. Baraja
Robert Mapplethorpe (1946-1989), Bill T. Jones, 1985, MAP 1616 © 2014 Robert Mapplethorpe Foundation, Inc. Todos los derechos reservados — Auguste Rodin (1840-1917), Génie funéraire, hacia 1898, bronce, 85,7 x 39 x 32 cm, París, Museo Rodin, S. 795 © París, Museo Rodin, foto: C. Baraja
A. Rodin. Mujer desnuda boca arriba, con las piernas levantadas, sin fecha. Lápiz de grafito y acuarela.
Auguste Rodin, El beso, 1888-1898 Mármol, 181,5 x 112,5 x 117 cm
Auguste Rodin, Máscara de Camille Claudel y mano de Pierre de Wissant (detalle), hacia 1895 Yeso. 32,1 x 26,5 x 27,7 cm