Bajo la sombra del virus, la muerte se hizo cotidiana pero también íntima y solitaria en Buenos Aires. El miedo al contagio y la incertidumbre dominaban el pulso emocional, estudios indicaban que la población sentía una mezcla de angustia, ansiedad y tristeza. Mientras tanto, en la localidad de La Tablada, Racco e Hijos, una fabrica de féretros vivía una cruel paradoja. La muerte trajo una inusual demanda de ese último refugio. La fabricación de ese ataúd de madera noble se convirtió en una tarea a contrarreloj. Un macabro auge económico donde cada pieza terminada era un recordatorio silencioso de las miles de vidas que se iban sin despedida, obligando a los deudos a redefinir el significado de la ausencia en medio de la cuarentena y el luto aislado.